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Alfonsina Storni, periodista

Reseña de Un libro quemado, de Alfonsina Storni (Excursiones, 2014). Escribe: Lic. Patricia Faure, miembro informante de la Junta de Estudios Históricos de Ezeiza.

IMPORTANTE: El libro está disponible en la Biblioteca Popular Alfonsina Storni. 

La poetisa que nos prestó la honorabilidad y el privilegio de su nombre y apellido para bautizar a nuestra querida biblioteca pública fue además dramaturga, docente y periodista. Sus escritos para el “cuarto poder” son el pretexto para traerla nuevamente a la conversación pero no con ánimo laudatorio o de semblanza simpática: tienen una trascendencia y actualidad que los constituyen de lectura ineludible para la reflexión e inspirar la acción.
En la tradición de la literatura que contenía la prensa periódica, como aquella que analizó Jorge B. Rivera en La primitiva literatura gauchesca en la década del '60 del siglo pasado, justipreciando los artículos publicados en formatos en menor grado consagrados, por lo fugaces o por andar desnudos de tapa, y en el camino de lo que Manuel Gálvez reseñó en Amigos y maestros de mi juventud en aquellos Recuerdos de la vida literaria, y aún siguiendo una justificación de tiempo más reciente como los estudios de género en boga desde los años 80, este volumen prologado y compilado por Mariela Méndez, Graciela Queirolo y Alicia Salomone editado por Editorial Excursiones y organizado en los ejes temáticos: Modelando feminismos; Urbanas y modernas; Lectoras y escritoras; Mujeres que trabajan; Masculinidades y Rituales e instituciones, rescata algunos artículos que Alfonsina Storni escribió para la revista La Nota y el diario La Nación entre los años 1919 y 1921, palabras que pronto cumplirán cien años de escritas pero que no han perdido vitalidad “ a pesar del camino recorrido por las mujeres a lo largo de todo el siglo XX y lo que va del siglo XXI, en particular, en lo que hace a la conquista de derechos civiles, políticos, sociales y culturales, todavía nuestra realidad sigue atravesada por esa diferencia jerárquica e inequitativa entre los géneros que tempranamente diagnosticó Alfonsina” argumentan las prologuistas que, con la publicación de los escritos, “desean sumar a la construcción de una sociedad más justa, tanto en términos sociales como sexo- genéricos”.
Tensando la cuerda periodística y política, son memorables las palabras que Alfonsina dedica a Julieta Lanteri y su candidatura que invitaba a ser votada: “Mujer capaz de este rasgo no ha trepidado en exponerse en las plazas públicas a la malevolencia de una buena parte del pueblo elector” (“Feminidades”, en La Nota, 28 de marzo de 1919). Así como las dedicadas a otras contemporáneas identificadas o anónimas vinculadas desde las prácticas culturales o por su condición femenina. Sin olvidar la cuerda de la lira que constituyó su inspiración más destacada. Ignoramos, por otra parte, si la literatura agregará con esto algún valor nuevo a su copiosa cosecha: “Si la sensibilidad femenina es rica, la sensibilidad pura no basta para la obra de arte, que supone, además, una cerebración robusta, una observación prolija y profunda, una capacidad de convertir el hecho aislado en una consecuencia, y relacionar, en suma, las verdades relativas con las verdades absolutas”. (Firmada por Alfonsina Storni con el seudónimo Tao Lao, “La mujer como novelista”, en La Nación, 27 de marzo de 1920).
La poesía aflora también en el cuidado arte que sustenta al volumen con los artículos, allí se destaca la tarea de Verónica Romano, el diseño de Martín Castagno y de Julián Fernández Mouján, con las reproducciones de los acrílicos de Pablo Lozano donde retozan mariposas, corazones atravesados y flores encastradas como en un puzzle que invita a acomodar las tapas y las solapas donde asoman el retrato de Alfonsina en claroscuro rembrandtiano y el pintor. La articulista decía desde Tijereteo: “Todo artista es en el fondo algo anarquista: la manifestación violenta de la personalidad es la anarquía más simpática y más legítima de la naturaleza”. (Tao Lao, La Nación, 19 de junio de 1920).

En contra de la caridad, por Alfonsina Storni (*)

La vizcondesa de Astor, que aspira en Inglaterra a un puesto en la Cámara de los Comunes y que es multimillonaria, se ha pronunciado en contra de la caridad.
Para una mujer esta opinión es ya mucha cosa, para una millonaria es verdaderamente pensamiento excepcional.
Sabido tenemos que hay un concepto bien generalizado en las organizaciones sociales defectuosas; crear el pobre para darle la limosna.
Es que acaso haya alguna fruición en dar limosna al miserable: tal hecho, por comparación, haría paladear así la propia situación privilegiada.
Ha dicho la condesa de Astor que la caridad no solo rebaja a quien la recibe sino también a quien la hace.
Este pensamiento no es original, pues pertenece a todo corazón bien puesto, y responde a un sentido claro de lo que debería ser una perfecta organización social, merecería ser colocado en grandes carteles en nuestras ciudades donde una escasa “ oh, muy escasa” conciencia de los derechos humanos, y donde un sentido bien rudimentario de la hora presente hace creer a grupos crecidos de buenas gentes que las colectas, incluso la última gran colecta nacional, hecha a grandes palabras, realizada a fuertes tirones, a lentas insinuaciones persuasivas, a esperanzas célicas y horrores a azufre, como también todo el largo cortejo de listas, tómbolas, ligas y festivales podrán llenar los huecos enormes que dejan nuestras pésimas instituciones nacionales.
Yo no digo que estas cosas no puedan ser bien intencionadas. Lo serán con frecuencia. Lo que creo firmemente es que son vergonzosas.
En una República, es decir, en un gobierno donde el pueblo es responsable de sus gobernantes, la limosna, la caridad, debían ser desterradas.
Una sabia legislación emanada de los representantes del pueblo está en la obligación de dar a cada hombre lo que dentro de una democracia le pertenece.
Pero si la mayoría no entiende esto, ni se da cuenta de esto, ni le importa esto y no aquilata en forma precisa que tiene en las manos el medio formidable de conseguir aquello: el voto, es, en verdad una mayoría digna de la caridad y la limosna que le dan sin ningún pudor, sin ninguna duda, y que recibe también sin ninguna preocupación.
(*) La Nota, 14 de noviembre de 1919